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«Desescalando»

Actualizado el 17 junio 2020 por Justa

 “esperanza, pan nuestro cotidiano;

  esperanza, nodriza de los tristes;”

                              Amado Nervo

     No sabemos muy bien qué es eso de “desescalar”. La pandemia provocada por el coronavirus COVID-19 nos ha traído, entre otras cosas, nuevas palabras, además de una realidad distinta, jamás imaginada. Tenemos en la cabeza un lío de fases y normas y la incertidumbre de no saber si todo esto ha venido para quedarse, si pasará… Desconocemos cómo se presentará el verano. Poco se parecerá, quizás, a otros vividos que nos vienen a la cabeza, en los que no medíamos distancias y entrábamos y salíamos sin problemas y sin mascarillas ni geles hidroalcohólicos. No sabemos si se podrá viajar ni cómo, ni si será posible ir a la piscina o a la playa como siempre se fue. Es difícil hacer planes a largo plazo. Aunque quisiéramos, no podemos descifrar lo que el mañana tenga escrito en el aire ni lo que traiga bajo el brazo.

     Ignoramos cómo será, pero habrá que acostumbrarse a eso que llaman “nueva normalidad”, que solo de lejos se parece a la anterior, mientras seguimos “desescalando”, recuperando espacios de libertad y de la antigua rutina, después de haber escalado la alta montaña del confinamiento. Miraremos con nostalgia los tiempos en los que nos acercábamos sin reparos a otros y hasta comíamos del mismo plato. Ahora ya vemos raras las escenas de película en las que la gente se acerca demasiado. Parecen sacadas de una época lejana de la que nos han exiliado sin avisar y a la que quisiéramos volver cuanto antes. Pero, aunque el peligro de los contagios parece irse diluyendo un poco y surge la tentación de relajarse, no deben hacerse concesiones a un virus para el que aún no hay vacuna y que sigue acechando en cualquier aglomeración, agazapado, por si nos descuidamos.

     Y, mientras, ahí andamos, queriendo vivir y disfrutar el verano, después de tantas amargas renuncias por haber estado confinados. Tendremos que acostumbrarnos a soportar el calor con mascarilla y seguir prescindiendo de saludarnos con besos y abrazos. Probado está que el ser humano a todo se adapta. No queda más remedio. Sólo cabe ir siguiendo el ritmo que marque la vida y andar a su paso. Las circunstancias mandan. Tendremos que abrazar con palabras y sonreír con los ojos, ahora que la cara va casi tapada. Será más difícil fingir porque la mirada siempre delata. Habrá que buscar otras maneras de acercarse, si es forzoso guardar distancias, y aprender a convivir con el miedo, pero sin sucumbir a él. No se puede vivir asustados, a pesar de que a los temores habituales que asaltan a cualquiera se nos ha unido el temor a que un virus invisible nos voltee la vida y al sufrimiento que pueda ocasionarnos. Nos hemos vuelto más conscientes que nunca de nuestra fragilidad, de lo que tiene de milagro estar aquí y ahora leyendo esto, por ejemplo. Ponemos de nuestra parte lo que podemos, pero sabemos que las riendas de nuestra vida distan de estar en nuestras manos y que el azar nos lleva casi siempre como hojas que el viento mueve a su merced. Ante él, solo somos pobres seres humanos indefensos. Pero ese mismo azar puede conducirnos también por derroteros buenos. Por eso, hay que agarrarse a la esperanza como a un clavo ardiendo, subir de nuevo la persiana del negocio cerrado durante un tiempo, confiar en que las cosas irán mejorando, ayudarnos mutuamente, comprar cosas de nuestra tierra, viajar sobre todo por aquí cerca. Entre todos es posible salir del hoyo en el que nos ha metido esta crisis y remontar el vuelo.       

      La vida tiene que seguir su curso, sea como sea. Hay algo casi sagrado, redentor y sobrehumano, en ese levantarse cada día y no dejarse vencer por el desánimo. Las cosas pueden venir mal dadas, pero es tiempo de hacer acopio de voluntad y no tirar la toalla. El futuro no sabemos cómo vendrá, ni si el teletrabajo vencerá a lo presencial. Pero no cabe rendirse. Si hay algo que alimente la esperanza es ver a la gente intentando salir adelante contra viento y marea. “Vivir es un acto de coraje”, dejó escrito Séneca. El valor y la ilusión no deben faltarnos nunca, por lo que más queramos. Que hay mucha vida esperándonos ahí fuera, venga como venga, y sería imperdonable que, mientras latimos, no luchásemos por ella a golpes de entusiasmo diario. ¡Venga! ¡Arriba ese ánimo! ¡Vamos!                                                                                                                  Justa Gómez Navajas           

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En memoria de D. Eduardo Rodríguez Cano

Actualizado el 06 febrero 2017 por Justa

 

Eduardo Rodríguez Cano: caballero de otro tiempo y hombre bueno

                                                                                             “… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
                                                                                                cantando.”
                                                                                                                     (Juan Ramón Jiménez)

 

  En su aspecto y en sus formas, Eduardo parecía un hombre salido de otro tiempo y situado anacrónicamente en el nuestro. Su barba luenga y su capa le hacían único y le daban aspecto de personaje novelesco. Su porte y su educación delataban lo que era: un hombre noble, machadianamente bueno. Magistrado y profesor asociado de Derecho Penal durante muchos años, a Eduardo no se le veía nunca un gesto inapropiado ni se le escuchaba una palabra a destiempo. En poner sentencias, hilvanar versos espontáneos y volcarse en su familia, la vida se le fue yendo. Sus palabras y su mirada tenían siempre un punto de emoción, como si el corazón le vidriase los ojos y se le saliera por la boca al hablar. Cuando explicaba a los alumnos lo acontecido en un juicio, ejercía de maestro paciente, con infrecuente sencillez. En el tiempo que tuve la suerte de tratarlo, no tengo de él ni un mal recuerdo. Hace años, mientras yo esperaba el autobús para ir al colegio, él pasaba muy temprano, aún no habiendo amanecido, camino de Plaza Nueva. A menudo, coincidía con mi padre y se iban los dos juntos. Luego, al tenerlo de compañero, tuvo siempre un trato impecable conmigo y nos dispensamos mutuo y sincero aprecio. Las puertas del paraíso en el que él creía se debieron abrir de par en par el pasado 2 de febrero y a buen seguro que ha aprobado con nota el examen final, al atardecer de la vida, del que hablara San Juan de la Cruz. A quienes lo conocimos nos queda impresa en la memoria, indeleble y desafiando al olvido, su estampa y su impronta de hombre cabal. Descanse para siempre en paz el marido, el padre, el abuelo, el juez, el profesor, el hacedor de versos, el buen compañero, el amigo entrañable que fue.          

   

                                                                                                                 Justa Gómez Navajas

 

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Cabinas

Actualizado el 02 junio 2016 por Justa

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Las flechas de Cupido

Actualizado el 14 febrero 2016 por Justa

Las flechas de Cupido

       “Al amor lo pintan ciego y con alas. Ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlos”.                                                                                                                                                                                                                              Jacinto Benavente

 Mucho podría hablarse de Cupido, ese dios romano del amor, con aspecto de niño y con venda en los ojos para no ver los obstáculos y alas para superarlos. Mucho habría que decir de su acierto o su desatino, de su manía de disparar flechas de amor a diestro y siniestro, incluso a quien no se pone a tiro o a quienes no pueden ni podrán nunca quererse, por más que hubiesen querido. A Cupido dan gracias sus afortunados destinatarios, aquellos que recibieron sus flechas y fueron felizmente correspondidos. Y a él, también, le dirigen reproches, en vano, los menos favorecidos por sus designios.

  En su historial de flechas lanzadas, hay historias que superaron la barrera de la distancia o la edad, la pared del miedo, el muro de la clase social, las espinosas vallas del qué dirán. Pero, en otras ocasiones, a Cupido se le rompieron las alas y no pudieron volar amores que, tal vez, de haber podido ser, hubieran sido eternos, o sea, pasajeros, como la vida, pero infinitos mientras durasen. Cupido elige a su merced a sus destinatarios y no siempre acierta. Pero de nada sirve echarle en cara sus desaciertos y su escasa puntería, si el amor fracasa o no existe más que en un sentido. Cupido va a lo suyo y dispara en la calle o en un andén, en un café, en un tren, en un avión, donde menos se espera… O no lo hace nunca. Hay gente que ignora sus benéficas acciones, y que – a veces por fortuna, para no caer en la ñoñería – no recibirá un mensaje cursi el 14 de febrero ni una chocolatina con forma de corazón. Y ahí están. Asumen que hay quien no tiene un amor a mano, como se asumen tantas otras cosas: porque ha encartado así, porque el destino lo ha querido. Aceptan y hasta disfrutan la vida en solitario, sin desengaños amorosos inesperados, sin que les digan un buen día, sin venir a cuento, que el amor se ha acabado o se ha roto, de tanto usarlo… Los olvidados por Cupido desconocen la vanidad de gustar. A nadie le quitan el sueño, nadie bebe por ellos los vientos. Nunca nadie les declaró su amor. Ni un solo corazón rompieron. A cambio, se ahorran alguna que otra decepción y los devastadores efectos del desamor. Y siguen ahí, cabeza alta, tirando hacia adelante, sin más fuerza que la suya, sin más coraje que el que le ponen a la vida cada día. Llenan su vida con amistades y amores varios: a los demás, a la familia, a los amigos, a sus mascotas, al trabajo… Que ya lo dijo Albert Camus: “no ser amados es una simple desventura. La verdadera desgracia es no amar”. 

  También hay quien cree en falso haber sido alcanzado por la flecha del amor y se casa por casarse, por no quedarse solo, por temor a afrontar la vida en solitario, sin nadie a su vera que le anime o respalde sus decisiones, que aplauda sus éxitos, que espante sus miedos. Hay quien se empareja por no tener valor de salir a la calle o ir a un acto social sin nadie del brazo, sin más certeza que la tenerse a uno mismo, nada más.           

Cada febrero, los comercios nos recuerdan que es San Valentín, pero el amor de verdad poco tiene que ver con el dinero ni cabe en un solo día de febrero. A lo Dante, el sol sigue moviendo a diario el sol y las estrellas, y pintando siempre de azul el cielo. No se deja envolver, si no es en un abrazo. Ni se vende, ni se compra al contado ni a plazos. Es incompatible con el engaño, impermeable al desaliento, valiente, tenaz, generoso, tozudo, aventurado. Dichosos quienes alguna vez se vieron envueltos en sus brazos y recibieron cartas, SMS o “whatsapps” capaces de solear un día nublado y espantar desánimos. Esos celebrarán el 14 de febrero y cada nuevo día que les amanezca y permita vivir lo que sienten. Para otros, en cambio, el 14-F será un día más, como otro cualquiera del calendario. No tendrán que marearse buscando regalos, ni desliar ninguno a ellos dirigido. El amor para ellos pasó de largo o nunca vino. No lo esperan, aunque saben que a la vuelta de cualquier esquina pueden encontrárselo de bruces. Y que entonces no habrá escapatoria, ni excusas ni remilgos. Cuando la flecha del amor los alcance, caerán rendidos. Olvidarán que ha tardado demasiado y saldarán a besos sus cuentas pendientes con Cupido.

                                                                                                     

                                                                                                          Justa Gómez Navajas,  Febrero, 2016

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