VIVIR PARA VER
Nos dijeron que
no éramos de aquí
que éramos viajeros,
gente de paso,
huéspedes de la tierra,
camino de las nubes.
Rafael Alberti
Que nos vamos
Pocas cosas más ciertas que ese saber que nos vamos, que abandonaremos este mundo. Un día todo esto que ahora nos ocupa habrá pasado y atrás quedará lo querido. No habrá más amaneceres con los que extasiarnos, ni más tardes que ver caer. Y, aunque muchas veces, por soñar, soñamos con otro mundo, sin penas ni cansancios, acabamos pensando que como en nuestra casa en ningún sitio, mientras esto de vivir no pese.
No alcanzamos a imaginar cómo será, de haberlo, el otro mundo. Lo cierto es que, en general, nos resistimos a abandonar éste. Porque no conocemos más vida que ésta y por ella nos bandeamos, a nuestro modo, buscando árnica en los momentos felices y en sus rincones gozosos. Hasta el punto de que nos cuesta creer que pueda haber paraíso sin lo que más queremos de este mundo. ¿Paraíso sin ese jamón que ahora dicen que no es bueno comer en exceso? O sin la cabezadita después de comer, sin el sol contundente del mediodía, sin el sillón de nuestra casa, sin ese brasero… ¿Qué edén puede haber sin la compañía que nos gusta y sin las cosas que tanto amamos de este mundo? ¿Qué clase de paraíso será el que no se parezca a Rute o a tantísimos lugares hermosos que hay en este planeta que nos cobija?
Nuestra mente, limitada, no acierta a sospechar qué nos aguarda. Para algunos, la nada silenciosa. Para otros, un lugar soñado, en el que la vida no duela, no haya llanto, ni dolor, ni enfermedad, ni pobreza. Un espacio feliz donde queden, por fin, corregidos los errores de diseño que amargan la vida y la atormentan. La muerte es la puerta que da entrada al misterio y que tenemos que atravesar, se quiera o no se quiera. Algunos, desesperados, se apresuran a atravesarla. Otros, la mayoría, se resisten hasta que les llegue la hora de irse de este mundo. Sabemos que un mal día se irán personas queridas y que, al cabo, nos iremos también. Y todo seguirá su curso, como si tal cosa. Venimos y nos vamos, no sabemos adónde. Todos nuestros afanes terminarán un día esparcidos en la ladera de algún monte, en el mar o tras la fría losa, entre dos fechas. Quizás alguien vaya a visitarnos el primero de noviembre. O no. Porque las costumbres van cambiando. Los que nos sobrevivan se aferrarán a la vida, como nosotros, hasta que les toque marcharse.
El caso es que nos vamos… Pero, aunque sabemos que nos iremos, de momento, mientras respiremos y el corazón nos lata, estamos a tiempo. A tiempo de sentir y de hacer algo por el que tenemos al lado y necesita atención y cuidado. Los detalles en vida valen más que todas las flores posibles en el cementerio. Mientras vivimos, es cuando hay que emplearse a fondo con los que queremos. Después, ya será tarde. Ahora es el tiempo de las palabras, los mimos y las caricias. Éste el día perfecto para llamar por teléfono, mandar un mensaje, hacer una visita. Antes de que la muerte cancele posibles citas para siempre o las posponga hasta la eternidad. Hoy es la ocasión de oro para decir lo callado, lo titubeado. Hoy. No el día de las alabanzas, en el que lamentaremos, a destiempo ya, que se hayan ido los que tuvimos tan cerca. Éste es el momento de demostrar sin reparos los sentimientos. Eso vale más que velas encendidas después, más que sentidos obituarios. ¿Para qué queremos duelos y lutos cuando ya no estemos? Quien nos quiera, que no lo deje para luego. Que, aunque el olvido es muy ingrato, en nuestra memoria agradecida habitará para siempre la gente que nos quiso. Acaso también nosotros estaremos algún día en el recuerdo borroso de los que quisimos con toda el alma, desatentada-, ilusionadamente, mientras la vida nos alentaba, sabiendo que el tiempo se nos acababa y quedaba corto para amores que, de tan grandes, no nos cabían en el pecho y querían ser eternos.
Ahora es el momento de demostrar y que nos demuestren el cariño, de no aplazar los besos y los encuentros. Luego sobrarán llantos y lamentos. Ahora es cuando toca vivir sin desaprovechar ocasiones de oro de ser y hacer felices, sin dejar nada pendiente. Urge vivir como si el mañana no viniera. Que la vida va en serio. Que esto de vivir se acaba. Y lo seguro es lo vivido. Que ni el de hoy ni ninguno sea un día cualquiera. Toca vivir. Vivamos, a pesar de saber que nos vamos. O, precisamente, por eso: porque sabemos cierto que estamos de paso.
Justa Gómez Navajas



